jueves, 18 de diciembre de 2014

SOMOS HIJOS DE DIOS: Reflexión sobre el Bautismo(J.G.Calderón)

SOMOS HIJOS DE DIOS: Reflexión sobre el bautismo
(José Gabriel Calderón, Obispo emérito de Cartago) Autor del catecismo y sus reflexiones.

"Somos hijos de Dios"
Afirmaba San Ambrosio: "El Bautismo, tesoro de nuestra alma", una bella sentencia que la Iglesia, desde sus orígenes y por encargo del mismo Señor, enseña y proclama: "Vayan, pues a las gentes de todas las naciones y háganlas mis discípulos, bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19-20). Es el sacramento primero que concede la gracia de la filiación divina y los derechos que otorga la Iglesia; un nuevo bautizado es un nuevo miembro que enriquece a la comunidad cristiana y se llena de la fortaleza del Espíritu para dar testimonio del Señor Jesús, muerto y resucitado.

La primitiva catequesis cuidaba con especial dedicación y seriedad del primer anuncio que era la buena noticia del evangelio; los candidatos a este sacramento se conmovían y, expectantes, se preparaban para celebrar con significativa riqueza litúrgica, doctrinal y simbólica este gran momento; todo era enteramente novedoso en y para la vida de los nuevos creyentes que, desde ese momento, se unían a la comunidad de quienes vivían bajo el signo de la regeneración, de la recreación, de la amistad cercana y familiar con el Salvador. La celebración sacramental del Bautismo era el sello espiritual indeleble: la señal de la cruz sobre la frente del candidato , la recepción a las puertas de la Iglesia, el ser sumergido en la fuente lustral, la unción con el óleo santo, la nueva y blanca vestidura, la luz encendida desde la misma Luz (signo del Señor Resucitado), el compromiso de padres y padrinos apuntaban a un mysterium vivido y celebrado.

Hoy, para infortunio de nuestros candidatos a tan bello sacramento, prevalece la proyección social sobre la religiosa y doctrinal; poco se busca comprender y, menos, valorar la alegría y la certeza celebrativa que el Bautismo nos proporciona haciéndonos hijos de Dios.

San Agustín, en el sermón 260 A (primer párrafo), después de bautizar a un grupo de párvulos , se expresaba así:

    Mi sermón se dirige a vosotros, niños recién nacidos,
    pequeños en Cristo, nuevo retoño de la Iglesia, gracia del Padre,
    fecundidad de la madre, germen piadoso y enjambre nuevo,
    flor de nuestro honor y fruto de nuestra fatiga, gozo y corona mía...
(Monseñor José Alejandro Castaño Arbeláez, Obispo de Cartago) (p.3)




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