13 El matrimonio aumenta la gracia santificante
"El sacramento del matrimonio fortalece la vida sobrenatural"
Cada uno de los siete sacramentos ha sido instituido por Cristo para comunicar a los hombres la gracia santificante, es decir, la vida Sobrenatural Divina que nos hace Hijos de Dios y herederos del paraíso.
El bautismo hace renacer esa vida nueva; la confesión la devuelve a los que, por el pecado, la hayan perdido; los demás sacramentos aumentan y fortalecen la gracia en los que ya la tienen.
Por esto los que van a recibir el sacramento del matrimonio, deben poseer la gracia santificante, la cual quedará fortalecida por efecto del sacramento.
Lógicamente, quien reciba el matrimonio en estado de pecado mortal no está en capacidad de recibir el aumento de la Vida Divina porque ni siquiera la posee.
Además, comete una gran falta de respeto al sacramento mismo, aunque, claro está, queda válido el matrimonio como "contrato y compromiso recíproco". Esta falta de respeto constituye un verdadero "sacrilegio".
Por eso, para poder aprovechar totalmente la gracia del matrimonio, es conveniente purificarse con una buena confesión que abarque, en forma general, toda la vida y recibir la sagrada comunión.
14 El matrimonio concede el derecho a recibir las ayudas de Dios
"El matrimonio, una ayuda durante toda la vida ".
Además de fortalecer la vida sobrenatural, el matrimonio concede una ayuda especial que se llama "gracia sacramental".
Esta consiste en el derecho, que los esposos adquieren, de recibir todos los auxilios que sean necesarios para cumplir perfectamente los deberes propios de su condición de casados.
Ya que se comprometen a cumplir una misión tan difícil, como es la de llevar una vida conyugal honesta y de educar cristianamente a sus hijos, los esposos necesitan una ayuda especial.
Dios mismo se compromete, por el sacramento que dura toda la vida: es como un tesoro del cual los casados podrán disfrutar continuamente, para hacer de su vida un camino que los va acercando más y más a Dios y los va madurando en la fe.
Está claro, entonces, que la ceremonia no es sino el inicio del matrimonio: es como la consagración de la vida de los esposos.
No es exagerado afirmar que toda la vida de los casados queda como "sacramentalizada" en todos sus detalles, por la presencia de Cristo especialmente en el amor mutuo de los esposos y en la labor de educar a los hijos. (p.17).
15 El amor se hace fecundo engendrando hijos
"Los hijos : el amor hecho carne y hueso".
Dios podría, sin duda, crear directamente a los hombres, para continuar la vida humana sobre la tierra, como creó a los primeros.
Pero quiso que el hombre mismo fuese colaborador suyo para la continuación del género humano y por eso instituyó el matrimonio a fin de que, por medio de la unión sexual del hombre con la mujer, sean engendrados nuevos hijos de Adán.
El matrimonio es, por lo tanto, la respuesta del ser humano a este querer de Dios.
Aunque Dios se ha reservado la creación directa del alma humana, ha condicionado este acto creativo a la unión libre y amorosa de los esposos que "engendran", es decir, dan inicio a una nueva vida.
La colaboración entre Dios y la pareja humana en la formación de un nuevo ser es una dimensión grandiosa del amor: por ella los esposos se hacen partícipes de la fecundidad del Dios Creador.
Los hijos nacidos de esta colaboración fecunda, según las palabras del Vaticano II, "son, sin duda, el fruto más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los mismos padres" (Gaudium et Spes 50). (p.18)
16 No basta engendrar los hijos, hay que educarlos
"Quienes no educan a sus hijos, no son verdaderos padres"
Además de la paternidad y la maternidad física, hay una paternidad y una maternidad espiritual que se consigue mediante la educación.
- Cuando un niño nace, la misión de los padres apenas ha comenzado.
Ante todo, es mucho el cuidado que necesita ese cuerpo pequeño y delicado, para crecer sano y fuerte.
-Además, los padres deben buscar el desarrollo completo de su hijo y por eso, al mismo tiempo que se preocupen por su salud física, es necesario:
-Que le brinden una conveniente educación, el aprendizaje de un oficio.
-Que le ayuden a formarse un carácter amable y firme.
-Y que le infundan, sobretodo con el ejemplo, el sentido del deber con la familia, la sociedad y la Iglesia.
Todo esto les permitirá triunfar en la vida.
Hay padres degenerados que matan físicamente a sus hijos quitándoles la vida corporal; pero hay también padres irresponsables que los matan espiritualmente faltando al deber sagrado de la educación.
Es evidente que este deber tiene que ser cumplido por los esposos en colaboración; no es, de ninguna manera, un deber solamente de las esposas. Cada uno de los cónyuges tiene su función insustituible en la educación de los hijos. (p.19)
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