Pecados contra las características del matrimonio católico
26 El adulterio
"No hay nada tan repugnante como la traición del amor"
Cometen el pecado de adulterio los esposos que tienen relaciones sexuales con personas distintas a su propio cónyuge.
Este pecado puede ser cometido también con mero deseo o pensamiento consentido. Claro está que esta completa fidelidad tienen que respetarla tanto el esposo como la esposa. Hay que dejar la falsa idea de que el adulterio del esposo es menos grave que el de la esposa: los dos tienen la misma obligación ante su propia conciencia y ante Dios. (p.23)
El adulterio es un pecado gravísimo contra la justicia y la caridad: es la traición del amor y es causa de males incalculables para los hogares, aun cuando nadie se dé cuenta y no haya escándalo público.
El pecado que entra en el hogar, aunque escondido, afecta profundamente toda la familia.
22 El divorcio
"El divorcio es una falsedad"
Mientras viva el cónyuge, no es permitido contraer otro matrimonio aún cuando, por legítimas causas, los esposos se hayan separado, porque como hemos visto antes, el amor por su naturaleza pide una entrega total y definitiva y además Cristo ha mandado :
"No separe el hombre lo que Dios ha unido." (Marcos 10,9)
Por eso los esposos, aunque pretendan anular el vínculo matrimonial, de hecho no lo anulan: delante de Dios permanecen esposos y cometen el pecado de divorcio.
En ciertos países las leyes civiles permiten el divorcio y lo legalizan; pero es un abuso de autoridad civil, la cual no debería nunca contradecir los principios naturales, ni lo que Dios ha mandado positivamente por medio de Cristo.
Por consiguiente, el divorcio es un gravísimo pecado y es también una falsedad porque da por disuelto un vínculo que nadie puede romper.
Esta exclusión absoluta del divorcio, además de ser una exigencia del verdadero amor y del sacramento, es también la garantía más segura para la estabilidad de la familia.
28 La separación injustificada
"El egoísmo es enemigo de la unidad."
Hay una separación legal que puede ser necesaria en casos graves, sobre todo para el bien de los hijos (vida escandalosa de uno de los esposos, violencias morales y materiales, depravación moral...)
Fuera de estos casos especiales, los esposos tienen la obligación de vivir juntos en el mismo hogar para atender la educación de los hijos que necesitan la presencia continua de los padres y para ayudarse mutuamente en las dificultades de la vida.
Abandonar el hogar para llevar una vida más libre o también por una desenfrenada ambición de dinero o por motivos que comprometen la buena marcha del hogar, es un pecado y una gran falta de responsabilidad con la familia y la misma sociedad. (p.24).
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